La Navidad es la oportunidad para parar, en el ir y venir en el mundo. Aquietar tu cuerpo y tu mente para dar espacio a conectar con tu Ser interior; con la parte sabia que habita en ti y que es la manifestación de Dios en ti.
Darnos la oportunidad de escuchar a nuestro corazón y reconocer que cuando permitimos manifestar el amor que somos, entonces podemos encontrar la Paz.
Estas fechas son un buen momento para dar, para darnos desde dentro. Dejar expresar todo el Amor que somos en un deseo, en una intención, en un abrazo que nos permita sentirnos cerca y unidos con nuestro hermano.
Cuando logramos sentir el corazón del otro, reconocemos que es el mismo latír por el Amor y con el Amor. Acompazados en el latir de corazones podemos sentir la presencia de Dios en nosotros. Permitirnos sentir la grandeza que implica el ser los inocentes hijos de Dios.
Dejar de actuar por el deber ser, por cubrir las expectativas de los demás, por las costumbres y tradiciones que hemos heredado; para dar paso a esa voz interior que nos invita a sentir, a vivir desde el ser y dejar de vivir con el ego y para el ego. Dejarnos conmover por el amanecer, por una flor, por la grandeza de un árbol, por el agua cristalina de un río, por la brisa fresca en el rostro, por el rayo de sol que nos calienta y reconocernos en la mirada del otro que es el reflejo de nuestro corazón.
Despojémonos de los miedos, las dudas, las heridas, las enfermedades, los rencores y las culpas; para dejar surgir lo único que en realidad somos, la manifestación del Amor de Dios.
Busquemos la dicha de sentirnos libres para compartirnos sin las máscaras que hemos creado, a partir de los personajes que creemos ser. Dejemos de sacrificarnos para ser libres de unirnos en el Amor.
“El símbolo de la Navidad es una estrella: una luz en la obscuridad. No la veas como algo que se encuentra fuera de ti, sino como algo que refulge en el Cielo interno, y acéptala como la señal de que la hora de Cristo ha llegado.”
Cap. 15. XI. La Navidad como símbolo del fin del sacrificio. UCDM